Caso práctico

Supongamos que unos niños se encuentran en el parque jugando al fútbol y de repente ven que un perro se acerca corriendo directamente hacia ellos.

Ante esta misma situación pueden presentarse varias emociones dependiendo del observador, ya que, uno de los niños siente pánico, otro de los niños siente alegría y otro de ellos siente enojo.

Pero... ¿Cuál es la razón por la que cada uno de ellos tiene una emoción diferente? Pues muy fácil, en la cabeza de cada niño existe un pensamiento diferente:

• El niño que siente pánico probablemente está pensando: “¡Qué horror! Ese perro seguro que viene a morderme, ¿y si tiene rabia? Sería horrible si esto sucede, necesito alejarme de él”, este pensamiento desencadenaría ciertas conductas como ponerse a gritar y a correr, lo cual asustaría al perro y aumentaría la probabilidad de que este le ataque.
• El niño que siente alegría podría estar pensando: “Que hermoso perro, me recuerda al que tiene mi abuela en casa, quiero jugar con él”, la conducta en este caso sería ir a acariciarlo y ofrecerle la pelota para jugar, por lo que lo más probable es que el perro reaccione positivamente.
• El niño que siente enojo estaría pensando algo como: “Otra vez un perro viene a interrumpir nuestra partida, seguro que se va a hacer popo y el inútil de su dueño no va a limpiar, ¡no deberían dejar entrar perros a este parque!”, en este escenario, si el niño no logra controlar su ira podría ir a patear al perro o pelearse con el dueño, acción que seguramente tendrá consecuencias negativas.

En el ejemplo anterior podemos analizar que el niño que siente alegría, es el que cuenta con las mayores posibilidades de evitar un encuentro negativo con el perro, ya que, gracias a una asociación positiva, podrá mantener la calma e incluso disfrutar de la situación.

Así es como se generan las emociones y conductas en la vida real, a partir de un pensamiento que desencadena una emoción y/o conducta.